Columna política martes 15 de de abril de 2025 –


Juan Carlos Loera y Brenda Ríos se traen un zafarrancho que parece pelea de comadres en plena plaza. Loera, con más espinas que un nopal, acusa a Brenda de encabezar un cártel del agua con su esposo, Alex LeBarón, desde sus días en Conagua. Ella, más filosa que machete, le responde con una denuncia por misógino y traidor a la 4T. ¡Saca las palomitas, que esto está candente!

El pleito no es solo personal; es Morena desangrándose en Chihuahua. Loera quiere mandar, pero su lengua lo deja más solo que un mezquite. Brenda se vende como la nueva cara de Sheinbaum, pero su pasado con nogales la friega. El agua aquí es más política que el oro, y cada golpe los fractura más rumbo al 27.

Y luego entra el diputado panista Alfredo Chávez, de metiche, pidiendo pruebas de los dimes y diretes entre Loera y Ríos como si fuera fiscal de telenovela. ¡Ay, Alfredo, qué necesidad! Déjalos que se despedacen solos y mira desde la banqueta. Meterte solo revuelve el caldo.

Dicen por ahí que el carisma en política es como el buen café: no todos lo tienen, pero cuando lo pruebas, lo reconoces al instante. En Chihuahua, el rey del encanto fue Teófilo Borunda, gobernador de 1958 a 1964, quien parecía caminar con un reflector personal que iluminaba hasta las reuniones más aburridas. Le seguían Fernando Baeza, con su estilo de galán de telenovela noventera, y César Duarte, cuyo carisma se diluyó entre expedientes judiciales. Hoy, la pasarela por la gubernatura nos trae a cuatro mosqueteros del carisma: Jesús Valenciano, Marco Bonilla, Mario Mata y Tony Meléndez. Cada uno con su propio estilo, pero si hacemos caso a un focus group improvisado entre damas con ojo para la política y algo más, Valenciano se lleva el trofeo. ¿Por qué? Su sonrisa franca, abrazos que parecen sinceros, voz que no desafina y un guardarropa que grita sí, me plancharon la camisa. No subestimemos el poder de un buen boleado de zapatos: en política, todo suma.

Mientras tanto, en Palacio Nacional parece que alguien por fin encendió la luz. La presidenta ya no insiste en pelear con los gringos por el agua del tratado, sino en algo tan obvio que da risa: mejorar los sistemas de riego, frenar las perforaciones clandestinas y ponerle un alto a la fiebre del nogal, que parece que todos quieren su propio bosque privado. ¿Cuánta agua se ahorraría si de verdad se hicieran estas tres cosas? Mucha. Pero llevamos décadas dando vueltas en el mismo carrusel: intereses económicos, complicidades políticas y la clásica estrategia de me hago el que no veo. Es como si el problema del agua fuera una telenovela interminable, y nosotros, los espectadores, ya estamos hartos del mismo capítulo. Ahora que estamos literalmente con el agua al cuello, veremos si este gobierno pasa de las promesas a los hechos o si seguimos aplaudiendo discursos mientras el desierto avanza.

Y hablando de memoria, ayer se me fue mencionar una idea que ronda entre colegas y regidores: nombrar una colonia en Delicias para honrar al periodismo, con calles que lleven los nombres de sus figuras más queridas. Pero, como la memoria es traicionera y el café no siempre ayuda, se me escaparon nombres clave. Araceli Villalobos, por ejemplo, una deliciense de corazón, aunque viviera en Terrazas, ese barrio con más historia que un libro de texto. También olvidé a Marthita Fernández y Claudia Sánchez, cuya partida en el COVID dejó un hueco en la redacción y en el alma de muchos. Y qué decir de Ángel Neri, José Luis Rente o Charly Regalado, gigantes que merecen más que una placa: una calle transitada, llena de vida, como sus historias. Prometo no volver a confiar en mi cabeza sin una libreta de respaldo.



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